Innovación para todos o beneficio para el inversor: tú eliges
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15 septiembre, 2018Tengo dos hijos que no me los merezco. De verdad. Además de ser mis hijos puedo afirmar que son buenas personas. Y eso me llena de orgullo, satisfacción y temor. Porque soy una persona con una especial predilección por la buena gente. Me encanta reír, jugar a videojuegos, ver la tele, pasear por el campo o practicar deporte con buena gente a la que normalmente llamo hijo, amigo o familiar. Nota del autor: Bueno, hay veces que la familia es una tómbola por lo que dejémoslo en allegados. Como contrapartida, todo ese amor y bondad viene con un carga importante de instinto de protección ¿Qué padre no ha sentido una abrumadora ola de protección en el mismísimo momento de nacimiento de su hijo? Y ahí es donde comienzan los problemas.
Los niños, esos pequeños dictadores de la edad moderna, son de naturaleza adictiva. Hasta límites insospechados. Entre las muchas de sus necesidades vitales se encuentra el consumo de comida rápida. Las cadenas como McDonalds, Burger King, el Pollo Campero y otras lo saben perfectamente. Hace mucho tiempo vi varios reportajes que los indicaban como los mayores investigadores del Neuromarketing hoy en día. Me quedé asombrado de cómo estas y otras firmas usaban técnicas basadas en nuestros sentidos básicos (un aroma, una imagen…) para comprar de manera impulsiva venciendo al cerebro racional y atacar directamente a nuestro sistema límbico, el que nos hace actuar por instinto. Mientras a nosotros nos atacan por ahí, a nuestros hijos los tienen comprados con el juguete. En este sentido, un estudio mencionado en esos reportajes afirmaba que el 95% de nosotros entramos en esas cadenas simple y llanamente por ese motivo. Cágate lorito.
Pues como no pudo ser de otra manera, durante la edad infantil de mis hijos llevé unas cuantas veces a estos restaurantes. Hasta hace relativamente poco. ¿La razón? Déjeme que se lo explique a continuación.
Existe una película documental que seguramente muchos de ustedes conocerán. Se llama “Before the flood”. Es una película que nos habla de algo muy evidente pese a que unos cuantos quieran esconderlo: el cambio climático, sus razones y sus consecuencias. Buena parte de la película trata sobre los devastadores efectos de este cambio, que son muchos. El aumento de la temperatura, el deshielo de los casquetes polares, la destrucción de ecosistemas marinos completos como los arrecifes de coral, las ciudades atrapadas por la contaminación, la deforestación, las inundaciones o la desaparición de tierras sumergidas bajo el aumento del nivel del mar. ¿Me están diciendo que mis hijos no podrán conocer la nieve? ¿Qué deberán tomar precauciones para salir a pasear por la contaminación del aire? Mis niveles de instinto de protección se disparan…
Pero lamentablemente esta película también habla de las razones por las que estamos llegando a este escenario. Diversos mensajes directos y dedos acusadores se mezclan con las miradas y caídas de ojos de Leonardo Di Caprio a la cámara. Es indignante ver como diversos lobbies económicos intentan acallar una realidad a voces o como decía Al Gore hace unos años “Una verdad incómoda”. Aquí mis niveles de cabreo se disparan…
Pero entre todas ellas me choca especialmente una: La industria alimentaria. Esta industria necesita producir más alimentos a unos menores costes y para ello no duda en usar productos menos saludables aunque eso signifique destrozar el planeta. Así, grandes corporaciones de comida rápida necesitan garantizar su oferta de hamburguesas y patatas fritas en el primer mundo. Y para ello necesitan aceite de Palma y carne de vacuno. Eso provoca que mucha gente, ávida de los dólares de estas corporaciones, se lancen a la producción masiva de ambos productos pese a que sepamos que en ambos casos estamos acelerando el cambio climático, bien arrasando la selva para plantar palma, bien generando miles de nuevos emisores de metano a la atmosfera. Nota del autor: Si queréis más detalles sobre este tema, “Cowspiracy” es vuestro documental.
Por otro lado, el resultado de una ganadería y una agricultura intensiva está derivando en una drástica disminución de la calidad nutritiva de lo que nos llevamos a la boca. Recientemente acudí a una Masterclass en mi trabajo sobre Agricultura ecológica impartida por María Dolores Raigón, Catedrática de la UPV. Ella explicó de una manera sencilla y directa cómo esos productos que están acabando con nuestro planeta, también lo están haciendo indirectamente con nosotros. El aumento de sustancias potencialmente tóxicas y la reducción progresiva de la densidad nutritiva de la mayoría de los productos que comercializan las grandes cadenas de comida rápida y los supermercados es algo hoy en día muy evidente. Evidente y peligroso para la salud de nuestros hijos. Y por si no eso no fuera suficiente, cada año se tiran o se estropean un tercio de los alimentos producidos en un mundo con 2.000 millones de personas con sobrepeso y 2.000 millones subalimentadas.
¿Nos hemos vuelto locos?
No. Simplemente pasa que nuestra sociedad se basa en el capitalismo, el cual se aplica implacablemente en la mayoría de lugares del mundo conocido. Pero los más sesudos e inteligentes pensadores modernos saben ya que no le queda mucho. Entre ellos recomiendo al mundo que lea todo lo que escribe Jeremy Rifkin. Lo que nos dice este señor tiene mucho sentido: Los avances tecnológicos están haciendo y harán que el coste marginal, base para el capitalismo, tienda a cero. Se erigirá entonces un modelo basado en la colaboración donde la compra y venta dejará de tener sentido. ¿Cuánto tardará este proceso de cambio? No lo sabemos con certeza, pero si sabemos que va a venir. Quieran los señores que acallan el cambio climático o no.
Recapitulando. Estamos destrozando el planeta y el futuro de nuestros hijos para que unos cuantos puedan engañar a muchos débiles de mente y así ganar mucho dinero para gastarlo en lo que les plazca y controlar lo que quieran, incluso nuestras mentes.
No. No soy de los que ha sido atacado por el virus vegano como lo llaman algunos. Soy más bien de los que se les saltan las lágrimas ante un buen solomillo. Pero por fin he entendido que ese solomillo no es compatible con el deseo de que mis hijos puedan algún día jugar en la nieve con mis nietos tal como yo lo he hecho. Los cuatro duros de beneficio de hoy son la ausencia de belleza del mañana para nuestros hijos. O como se diría de manera más retórica, nuestro modelo no es sostenible.
¿Podemos permitir esto en la era de la tecnología?