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La gente tóxica existe. Lo sabemos todos. Desde hace mucho tiempo, bastante ya, los grandes dominios de la actividad humana que conforman los negocios, los mercados y la sociedad están poblados por gente de este tipo que encarnan como ninguno el prototipo de estupidez humana. Estos dominios por otra parte, han marcado nuestra manera de ser y la manera como nos ganamos el pan con el sudor de nuestra frente. En este sentido, una buena parte de la población del primer mundo se ha visto destinada, bien por necesidad o bien sin comerlo ni beberlo, a juntarse en grupos, asociarse en empresas o integrarse en complejas organizaciones para conseguir el dinero necesario para consumir de manera adecuada según los cánones racionales de la sociedad de consumo o capitalista.
Pero amigos, los tiempos están cambiando muy rápidamente. Aquello que antes podíamos pensar que era algo seguro ahora no es más que otro barco sometido a las tempestades de los avances tecnológicos, sociales o a las modas más absurdas. Es entonces cuando un activo como el tiempo cobra un valor especial. En el momento que las cosas comienzan a contarse por semanas o días, tu tiempo se convierte en algo demasiado valioso para desperdiciarlo de cualquier manera.
Es la disyuntiva del procrastinar o permitir que me hagas perder el tiempo. (Nota del autor: Dios, como me gusta la palabra procrastinar. Te hace parecer más erudito sin quererlo y además tiene significado ¿Qué más se puede pedir para salir a tomar unas copas con los amigos?) Para entender algo tan profundo les recomiendo la lectura de este post. La base de todo es simple: La elección entre perder el tempo porque a mí me da la gana respecto a estar obligado a perder el tiempo porque a otro le da la gana. Y eso no mola. Porque el que te puede hacer perder el tiempo puede hacerlo por muchas y muy diversas razones. Algunas nada loables y potencialmente muy perjudiciales para ti.

Si partimos de la base que nunca decidimos perder el tiempo por cuenta ajena de manera deliberada sino que siempre es la respuesta a la promesa de algo mejor (más dinero, más reconocimiento, afrontar un emocionante reto profesional o simplemente conseguir salvar el mundo y que todos los niños del mundo tengan juguetes) ¿Qué es lo que puede fallar aquí? Pues lamentablemente muchas cosas. La principal es la alta proliferación de lo que simplemente llamaremos “gente estúpida”, la cual ha sido perfectamente radiografiada por Sergio Parra en este otro post de Yorokobu. El problema de la existencia de estos personajes radica en dos aspectos básicos que Sergio explica de manera clara y meridiana.
El primero es la existencia en sí mismo de alguien que confía demasiado en lo que dice y piensa. Es el llamado efecto Dunning-Kruger. Éste se basa en dos principios devastadores. El primero postula que los individuos incompetentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades, mientras que el segundo añade que además son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades en los demás. El resultado se traduce en que verdaderos cretinos con un poco de poder arrastran a los demás a hacer cosas de las cuales no están ni remotamente seguros y que han oído/leído en otras partes. Lo malo del asunto es que, al no poder hacerlo ellos solitos, acaban engañando a los demás para hacerles perder el tiempo. Y a estas alturas de la lectura podemos deducir ya que, ni tenemos tiempo para perder ni queremos que nos lo haga perder otro. Para procrastinar ya nos valemos solos.
El segundo aspecto relacionado con la “gente estúpida” (a veces referida también como tóxica) es que los que caen en sus redes son personas que desconfía demasiado de lo que dice. Estos son habitualmente o más inteligentes de lo habitual o personas competentes que se encuentran deliberadamente en ámbitos incompetentes. A mí en el fondo me parece un grave problema de modestia mezclado con un poco de timidez, cultura y respeto, activos que lamentablemente no atesoran los ilustres ignorantes y máximos exponentes de la estupidez humana.
